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Incas sí, indios no... (entran a Machupicchu)

Publicado: 2011-07-08

Por César R. Nureña

Ayer, al iniciar mis ejercicios matinales –zapping, básicamente-, noté que varios canales de televisión cubrían “en directo” los festejos oficiales por los 100 años del “descubrimiento científico” de Machupicchu. Iba a dejar de ver esas cosas cuando, repentinamente, algún reportero mencionó un alboroto que se había armado en la zona de ingreso al “santuario”, protagonizado por un grupo de “alcaldes” a quienes no se permitía el ingreso. “Somos envarados”, decía alguien. No se trataba del tipo de “envarados” que esgrimen el carné de algún partido (o una tarjeta del “Doctor Chantada”). Eran, en realidad, alcaldes vara o varayocs, autoridades tradicionales de comunidades andinas que vestían ponchos, sombreros y chullos, y habían llegado al lugar con el ánimo de participar en la ceremonia oficial. “Somos autoridades de la zona, de todo el valle, que hemos venido a la celebración. Ustedes están en nuestra casa y no nos dejan entrar”, alcanzó a decir uno de ellos (serían unos veinte, quizás más, quizás menos.)

Desde Lima, un indignado Federico Salazar ensayaba una justificación para la restricción del ingreso de estos sujetos indeseables: “Pueden poner en riesgo la integridad del monumento”, decía solemne el conductor de televisión. Nada más jalado de los cabellos, considerando que ya habían ingresado varios cientos de personas: “notables” de Lima y del Cuzco, visitantes extranjeros, gente de la industria del turismo, artistas y periodistas, entre muchos otros (además, como es sabido, Machupicchu recibe entre mil y dos mil turistas en un día cualquiera).

Poco después, ya con la presencia del presidente, un tipo disfrazado de Pachacutec, rodeado de una corte de “siervos” y bailarines, daba inicio al ritual propiciatorio –de visitas turísticas-, concentrando el interés de las cámaras y los comentaristas de televisión, que se deshacían en muestras de admiración por la “cultura andina” y sus proezas.

“Incas sí, indios no”, el título de un trabajo de Cecilia Méndez sobre el nacionalismo criollo (IEP, 2000), es lo primero que se me vino a la mente luego de ver estas escenas. Esa pequeña frase sintetiza quizás mejor que ninguna otra los ríos de tinta que han corrido hasta hoy en torno al lugar que ocupa el grueso de la población andina, no solo en la pirámide social peruana desde hace más de cinco siglos, sino también en los imaginarios colectivos que sostienen la idea de “peruanidad”.

“Incas sí, indios no” era el mensaje implícito, pero elocuente, de aquel suceso en apariencia insignificante, y que sin embargo condensa y revela de manera palpable y a la vez simbólica las fracturas históricas de un país cuyas elites reivindican su pasado incaico glorioso, al mismo tiempo que desprecian y excluyen a los descendientes de quienes precisamente forjaron ese pasado.

Esa pequeña escena me pareció significativa también porque, por un lado, me llevó a pensar en cuán vivas y vigentes están las jerarquías étnicas, socioeconómicas, políticas y simbólicas que organizan la vida cotidiana en la sociedad peruana del siglo XXI. Jerarquías que se evidencian, por ejemplo, en cómo se ningunea a quienes expresan reclamos legítimos en los conflictos sociales que se desarrollan hoy en día en todo el país; y en el acceso diferenciado a recursos, al espacio público y a formas de representación y reconocimiento.

Por otro lado, lo ocurrido en Machupicchu me puso también a pensar en si han servido de algo o no las décadas y décadas de discusiones políticas y esfuerzos académicos sobre el indigenismo, la nación peruana, la diversidad cultural y –más recientemente- la “interculturalidad”, a la luz de lo que ocurre en la sociedad peruana contemporánea.

Hace unos días discutí en el Facebook con un comunicador social con postgrado en “interculturalidad”, quien me ofrecía una imagen de los aymaras de Puno: el hombre aymara –para él- es depositario de valores superiores, tiene una “cultura milenaria” y vive en armonía con su entorno (casi casi el bon sauvage de Rousseau). Él los “conoce” de cerca porque ha trabajado con ellos implementando “proyectos de desarrollo”. Esa era su introducción para referirse luego al reciente conflicto violento protagonizado por grupos aymaras que se oponen a la explotación minera en su región. Estos mismos aymaras –continuaba este señor- no tienen suficiente educación (i. e. son ignorantes), no han elegido bien a sus autoridades (i. e. actúan irracionalmente) y necesitan que les lleven el “desarrollo” (por supuesto, los técnicos del desarrollo, como él, se encargarían de esta tarea).

No hace mucho, era común encontrar entre los indigenistas de inicios y mediados del siglo pasado a hijos de gamonales que pasaban a convertirse en intermediarios paternalistas entre el Estado y los campesinos indígenas (con la promesa implícita de “educar” y llevar la “civilización” al indio).

Pareciera que las cosas no han cambiado mucho en el Perú de hoy. Las mismas jerarquías, diferentes actores, promesas similares. ¿No será acaso que la “interculturalidad” -este proyecto ético-político latinoamericano de diálogo y reconocimiento mutuo y horizontal entre culturas diversas- corre el riesgo de ser tergiversada en manos de un indigenismo criollo recargado, que terminará haciéndola funcional a los intereses de las mismas elites que glorifican a los incas pero excluyen a los indios?


Escrito por

César R. Nureña

Un sujeto cualquiera. Antropólogo de la U. San Marcos.


Publicado en

Nada me basta

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