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Comercio sexual masculino y de travestis en Lima, Iquitos y Pucallpa

Publicado: 2011-09-23

Estudio reciente revela facetas nuevas y poco exploradas del sexo comercial en Perú

Por César R. Nureña

El tema de la prostitución es y ha sido desde tiempos remotos un asunto peludo y espinoso, que genera debates intensos y desafía preceptos morales profundamente enraizados. En la sociedad peruana contemporánea, como en muchas otras de raíces judeo-cristianas, los discursos y las discusiones públicas al respecto revelan por lo general miradas altamente estereotipadas en torno a la práctica del sexo comercial, ya sea que la realicen mujeres u hombres.

Con frecuencia, la prostitución es vista como una actividad obscura y peligrosa realizada en las calles o en ciertos lugares de entretenimiento, por personas marginales a la sociedad, como sujetos en situación de extrema precariedad material, o miembros de minorías sexuales excluídas, de quienes se piensa estarían involucrados en este negocio motivados ya sea por necesidades económicas apremiantes, por una suerte de degradación moral, o por ambas cosas.

Estas ideas sobre el comercio sexual son comunes no solo en los imaginarios populares y en representaciones mediáticas, sino también en muchos discursos políticos y académicos, como aquellos que explican el fenómeno apelando a supuestas “crisis” de valores, “determinantes sociales”, o “rasgos psicológicos”. Así, con base en este tipo de premisas, las aproximaciones e intervenciones realizadas por periodistas, políticos, autoridades de salud y no pocos estudiosos del tema suelen enfocarse tanto en lugares públicos y clandestinos de encuentro sexual y entretenimiento (burdeles, calles, clubes nocturnos, discotecas gay, etc.), como en sujetos socialmente excluídos o que se “desvían” de las normas y convenciones (personas depauperizadas, sodomitas, y así por el estilo).

Pero, ¿qué ocurriría si abriéramos la mirada a otros sectores de la sociedad, hacia otros sujetos y contextos sociales? ¿Qué hay de aquellos que parecen ser la “excepción”, y que aparentemente no deberían estar involucrados en la prostitución, ya sea por su posición social o porque podrían hacer cualquier otra cosa? O, en otras palabras, ¿qué pasa con aquellos sujetos que no calzan en los estereotipos o teorías?

Estas fueron, más o menos, algunas de las preguntas que orientaron hace un par de años la realización de un estudio etnográfico sobre comercio sexual masculino y de travestis, que conduje en las ciudades de Lima, Iquitos y Pucallpa (junto a Mario Zúñiga, antropólogo y colega sanmarquino, apoyados ambos por otros colaboradores), y cuyo primer reporte ha aparecido publicado recientemente en la revista académica británica Culture, Health & Sexuality.

El artículo muestra, entre otras cosas, que el comercio sexual es en esas ciudades del Perú una actividad altamente compleja y multifacética, que involucra a personas de muy distintos niveles socioeconómicos, quienes de desenvuelven en contextos enormemente diversos que van más allá de los tradicionales lugares públicos o semi-públicos en los que muchas veces se piensa que están. Con frecuencia, estas personas desarrollan su actividad empleando estrategias bastante sofisticadas, y por razones y motivaciones que trascienden la idea de la “necesidad económica”.

Decir esto último no significa negar que haya quienes se prostituyen por una cuestión de supervivencia, lo cual de hecho ocurre en muchos sitios. No obstante, luego de analizar los discursos, las trayectorias de vida y los antecedentes de gente de distintos estratos sociales, nos quedó bastante claro que, por un lado, las razones para ingresar y permanecer en el trabajo sexual no excluyen de plano la búsqueda de placer, aventuras, y acceso a entornos sociales de la clase alta y, de otro lado, que el concepto de “necesidad económica” es altamente relativo y dependiente de contextos específicos, en los que la necesidad de dinero no siempre es lo mismo que pobreza.

Por ejemplo, tanto un strepper como un masajista de Lima pueden ofrecer servicios sexuales porque “necesitan” dinero para pagar sus estudios en universidades privadas, el alquiler de sus departamentos en San Isidro y San Borja, y para financiar el mantenimiento de un estilo de vida y niveles de consumo de clase media o media alta, incluyendo ropa y calzado “de marca”, aparatos electrónicos, el gym, entre otras “necesidades”.

Y tenemos, así mismo, que a un joven flete, migrante de la Amazonía, que va y viene del Centro de Lima al Parque Kennedy de Miraflores, no le costó dejar su trabajo de mesero en una pollería -mal pagado y con horarios y jefes “pesados”-, pues prefirió “ganar más”, trabajando con su “propio horario” y siendo él mismo su “propio jefe”, en una actividad –el comercio sexual- que le permite además “conocer a otro tipo de gente” (hombres gay educados y adinerados, con carro) y acceder a restaurantes y hoteles lujosos que normalmente no estarían a su alcance, más aún cuando la oferta mediática que tiene disponible en la internet y por doquier han elevado sus expectativas y aspiraciones de consumo, con estándares que difícilmente podía satisfacer antes, con su antiguo y magro salario de la pollería.

Pero la internet y, en general, la modernidad del Siglo XXI, que nos llega de la mano de una revolución de las tecnologías de información y comunicación, no solo influyen en este terreno introduciendo expectativas de consumo y modelos de estilos de vida. En realidad, estos nuevos elementos y tendencias han venido transformando la práctica misma del comercio sexual en el Perú, en el transcurso de los últimos diez a quince años.

Fijémonos por ejemplo en las agencias de escorts o “acompañantes” que publican anuncios en medios impresos o electrónicos, para recibir solicitudes telefónicas de clientes relativamente solventes. En décadas pasadas, esta modalidad delivery de comercio sexual estaba bastante restringida a tales agencias –como nos decía un flete ya veterano y retirado, actualmente empresario. Pero hoy en día, con la difusión masiva de la internet y los teléfonos celulares, muchas personas pueden ofrecer servicios sexuales por cuenta propia a una cartera más o menos estable de clientes, independientemente de cualquier intermediario, de manera bastante anónima, protegiendo así su confidencialidad y privacidad, cobrando tarifas más altas de las usuales en las calles, y evitando además exponerse a los problemas y peligros callejeros (violencia, redadas policiales, miradas inquisidoras, cafichos y delincuentes, etc.)

Este fenómeno, que pudimos identificar en las tres ciudades visitadas, podría estar alcanzando en la actualidad una envergadura que con mucha dificultad podemos estimar con los métodos y enfoques tradicionalmente empleados para estudiar este tema, o desde conceptos tributarios de viejos estereotipos sobre la prostitución.

Desde luego, la aparición de este fenómeno no significa que la prostitución más típica y visible -en calles, burdeles y night clubs- deje de existir en el futuro próximo (aunque en algunas ciudades europeas se ha reportado una disminución del trabajo sexual callejero, y un aumento de las modalidades online o telefónica).

En Lima, Iquitos y Pucallpa, numerosas travestis ofrecen sexo comercial en las calles. La mayor parte de ellas lo hacen además empleando teléfonos móviles y/o la internet (sitios web, salas de chateo, “perfiles”, etc.); y algunas otras han abandonado definitivamente las calles y los bares, no solo por las ventajas citadas al trabajar como escorts independientes desde sus casas o peluquerías, sino también porque, en su entorno, se suele asociar a estas modalidades nuevas y emergentes con un mayor estatus social.

Esto que acabo de señalar me lleva a abordar algunas dimensiones adicionales del asunto. Más allá de lo que pueda representar el comercio sexual per se, o de lo que signifique como “problema social”, tema “moral” o cuestión de “salud pública”, en realidad la aproximación ensayada en este estudio nos llevó a intentar entender el modo en que las tendencias y procesos de la modernidad contemporánea y globalizada adquieren características particulares e históricamente situadas en un contexto como el de la sociedad peruana, tan atravesada de inequidades materiales y simbólicas, que se reflejan y afloran no solo en las transformaciones que se vienen operando en el comercio sexual, sino principalmente en las experiencias e historias individuales de quienes realizan esta práctica.

El caso de las travestis -encasilladas por la sociedad en labores como la peluquería, la cocina y el trabajo sexual- es especialmente ilustrativo de cómo los prejuicios y las desigualdades de género se imbrican profundamente con la discriminación y exclusión en entornos familiares, educativos y laborales. Pero bueno, este tema en específico mercería ser desarrollado en una nueva publicación, y en futuros posts.

Referencia:

Nureña CR, Zúñiga M, Zunt J, et al. Diversity of commercial sex among men and male-born trans people in three Peruvian cities. Cult Health Sex (UK). 2011 Nov;13(10):1207-21. PMID: 21936651 [PubMed - in process]

(se puede solicitar el pdf a cnurena@yahoo.es)


Escrito por

César R. Nureña

Un sujeto cualquiera. Antropólogo de la U. San Marcos.


Publicado en

Nada me basta

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