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La "suerte" de la cultura en el nuevo Museo Metropolitano de Lima

Publicado: 2012-01-23

Por César R. Nureña

Sin quererlo, la gestión municipal de Lima se dispara a los pies. Precisamente ahora que atraviesa una crisis de popularidad, algunos de sus funcionarios se las han arreglado para producir cotidianamente a miles y miles de ciudadanos descontentos con la gestión de este nuevo “servicio público” municipal que es el Museo Metropolitano de Lima (MML). Reconozco que este juicio puede parecer muy duro. Sin embargo, veremos en las líneas que siguen que no se aleja mucho de la realidad.

A inicios de enero del 2012, la Municipalidad de Lima puso en funcionamiento el nuevo MML y su muestra “interactiva” sobre la historia y la cultura de esta ciudad. No obstante, al organizar, y al promocionar a gran escala esta muestra a través de los medios masivos de comunicación, los funcionarios ediles parecen no haber tomado en cuenta en sus proyecciones sobre el flujo de visitantes (si las hicieron) que Lima tiene más de 9 millones de habitantes. Es así que lo que se planteó como un intento valioso por abrir un nuevo espacio cultural, terminó siendo no solo un espectáculo para unos pocos, sino también una nueva fuente de descontento ciudadano.

Veremos a qué me refiero al analizar una escena que ocurre día tras día, desde la apertura del MML, en sus puertas de ingreso. Esta escena es protagonizada por las miles de personas que al acudir dentro del supuesto “horario de atención” (9 a.m. a 5 p.m.), se dan con la sorpresa de que no pueden ingresar debido a que las entradas suelen agotarse desde temprano. Es lo que ocurrió, por ejemplo, el último domingo 22 de enero, a la 1.40 p.m., cuando ante decenas de personas que esperaban explicaciones por hallar cerrada la boletería (que, como estaba ahí publicado, debía atender hasta las 3.45 p.m.), un empleado dijo: “Ya no hay entradas, vengan otro día más temprano y pueden tener suerte.”

Desde luego, tal respuesta despertó la indignación de los frustrados ciudadanos presentes (entre los que me incluyo). Pero el malestar fue aún mayor cuando el mismo empleado se negó a identificarse, a llamar a algún funcionario responsable (alegando que no había ninguno), y cuando se negó también a brindar acceso al Libro de Reclamaciones que, se supone, debería tener el establecimiento, como todo servicio público.

Una muestra de esa indignación es la que, horas más tarde, ofreció en el Facebook el destacado antropólogo alemán Jüergen Golte, un investigador del Instituto de Estudios Peruanos (IEP), quien hace poco recibió el doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos por sus contribuciones al conocimiento de la historia y la cultura andinas:

He visto MILES de museos en cuatro continentes. En ninguno he visto algo como lo de hoy [en el MML]. Incluso en exposiciones de pocos meses, como la de Tut ankh Amun en Londres, o la del Señor de Sipán en Bonn, se logró en el primer caso que 8 millones de personas pudieran ver las cosas del faraón en cuatro meses. En lo del Señor de Sipán, lograron acomodar 3 millones de personas en tres meses. Sí había colas, y sí tuvieron que extender el tiempo de acceso del público, pero el personal competente buscaba y encontraba soluciones para la afluencia enorme de gente. En los dos casos se trataba de museos públicos y las exposiciones eran fastuosas.”

Así como el Dr. Golte, también otros de mis colegas, todos investigadores en ciencias sociales, expresaron allí su decepción, no solo por no haber podido ingresar al Museo, sino principalmente por haber constatado que el MML y su muestra habían sido organizados no precisamente como un servicio público de difusión cultural, sino como un espectáculo diseñado para unas pocas personas.

A través de su propia página de Facebook, el MML divulgó luego un “horario” con el que pretendía explicar por qué solo podían dar acceso a alrededor de 600 personas por día. Bajo la forma que eligieron para presentar la muestra, solo podían ingresar grupos de 25 a 30 personas cada 20 minutos. Entonces, siendo que el método por el que optaron impedía atender a un número mayor de visitantes, no sorprende que por cada una de las personas que lograba ingresar en esa tarde (con una entrada obtenida por la mañana, o por medio de “revendedores”), decenas se quedaran fuera y se alejaran del lugar expresando su malestar con la gestión municipal del MML, en escenas inauditas que mis colegas y yo vimos repetirse a cada momento durante los pocos minutos que permanecimos en las afueras del Museo.

Cabe preguntarse, entonces, ¿por qué los cientos, o quizás miles de ciudadanos que en ese día invirtieron su tiempo dominical, sus gastos de transporte y su voluntad para acceder a un servicio público, tuvieron que retirarse frustrados y decepcionados? ¿Será acaso solamente por una cuestión de “aforo”? ¿Será quizás porque las autoridades no hicieron (o hicieron mal) las proyecciones de flujos de visitantes? ¿Ha de ser que no organizaron apropiadamente sus métodos para presentar la muestra? ¿O crearon ellos mismos, al hacer la promoción a gran escala, una expectativa y una sobredemanda que luego no pudieron atender? Es posible que haya más de una respuesta para el problema descrito.

A mí, en particular, me parece que hay una cuestión de fondo que es necesario discutir y resolver. Y esta cuestión de fondo apunta a la manera en que la cultura es concebida desde las miradas de algunos sectores sociales, que parecen verla no tanto como un atributo y un producto de todos los que conforman la sociedad, sino como un objeto de consumo al alcance de ciertas elites percibidas como más ilustradas.

Con esto no pretendo llegar al extremo de decir que la Municipalidad de Lima tenga hoy una noción elitista de la cultura (de hecho, las y los líderes de la actual Administración edil han dado muchas muestras de lo contrario). Pero sí se refleja algo de esto, por ejemplo, en el pensamiento de algunos funcionarios municipales, así como también en ciertos comentarios expresados en las redes virtuales cuando ese mismo domingo se polemizaba sobre este tema. A propósito de los hechos que he narrado líneas arriba, una persona comentó en el Facebook: “Un museo es un espacio cultural, con un aforo limitado, y no un mercado al que se tiene que ir en masa.”

Pero ¿qué ocurre entonces cuando la “masa” se ve impedida de acceder a un “espacio cultural” precisamente porque las limitaciones en el “aforo” son el resultado de una gestión que organiza tal espacio como un show para turistas, y no como el servicio público democrático y democratizador que debería ser?

Una manera de solucionar el problema sería manejar al MML colocando al ciudadano en el centro de las preocupaciones administrativas, y reorganizando los servicios en función de él. Para esto, habría que dejar de lado el esquema actual, en el que se espera que sea la gente la que se adapte a las decisiones y el modelo de negocios de los burócratas.

Quizás nuestra alcaldesa debería considerar la posibilidad de designar al frente del MML a museólogos o especialistas con una visión de servicio público, antes que a personas más orientadas a gestionar espectáculos turísticos. Y la conveniencia de considerar esto se torna aún más urgente en el actual escenario político limeño, en el que más temprano que tarde los promotores de una infame revocatoria edil podrían querer ir a recolectar firmas en las afueras del MML, entre la “masa” que termina frustrada por no poder acceder a este su espacio cultural.

A fin de cuentas, como decía el mismo Dr. Golte en aquel debate en el Facebook: “Un museo, en el mejor de los casos, es como un mercado al cual todos deben ir y quieren ir. La cultura es de todos.”

(La fotografía de las afueras del MML fue obtenida del perfil de Facebook de J. Golte, con el comentario: "Domingo [22], dos de la tarde, Museo Metropolitano enrejado, cajas cerradas, libro de reclamos no hay en domingo, responsables ausentes, publico frustrado...")



Escrito por

César R. Nureña

Un sujeto cualquiera. Antropólogo de la U. San Marcos.


Publicado en

Nada me basta

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