#ElPerúQueQueremos

lima, Plaza san martín, 18 de diciembre del 2014.

¿Y qué viene después? Perspectivas de las protestas juveniles en el Perú desde un enfoque global

Por César R. Nureña

Publicado: 2015-01-12

En relación con las recientes y masivas protestas surgidas en Lima y otras ciudades peruanas contra un nuevo régimen laboral juvenil, muchos se preguntan si se trata de un episodio más como otros que en los últimos años han tenido solo un carácter coyuntural (por “La Repartija”, por el “Baguazo”, etc.), o si estamos ante el germen de un movimiento social que podría alcanzar una envergadura mayor y un impacto más duradero en el escenario político peruano, trascendiendo una reivindicación puntual (la derogatoria de una ley laboral) y logrando el protagonismo y la fuerza que le permitirían impulsar cambios en diversos temas hoy postergados en la agenda nacional.

El camino que tomen estas movilizaciones dependerá, sin duda, de varios factores (la organización, el rol de las dirigencias, los vínculos con otros sectores de la sociedad, aspectos estructurales y coyunturales, entre otros). Si bien resulta complicado intentar pronosticar el futuro devenir de un proceso político, considero sin embargo que podemos echar una mirada a otros fenómenos de movilización juvenil ocurridos en diversas partes del mundo para, desde un enfoque comparativo, formarnos una idea sobre los posibles rumbos que podría tomar el proceso que se viene desarrollando en el Perú. Así, me propongo en este texto revisar brevemente algunas de las experiencias de movilización juvenil que han tenido mayor repercusión a nivel internacional desde el año 2010 y, a partir de sus logros y limitaciones, plantear una discusión sobre lo que se puede esperar en el Perú, destacando en especial el tema organizativo y el papel de las dirigencias políticas.  

El despertar político de una generación globalizada

Me referiré a cuatro casos emblemáticos de movilización juvenil, que luego podemos comparar en algunas de sus características básicas, y sobre todo en sus resultados. En primer lugar tenemos a la llamada Primavera Árabe, iniciada en el 2010 en varios países del norte de África. Las protestas surgidas allí, protagonizadas en gran medida por jóvenes, tenían en común –a grandes rasgos- una serie de reivindicaciones que en el discurso apuntaban a la democratización (aunque habían también otros problemas irresueltos), y tuvieron impactos mayúsculos en las estructuras de poder de varios países: el derrocamiento de gobiernos dictatoriales en Túnez, Egipto, Yemén y Libia, y una guerra civil en Siria, por citar solo los casos nacionales más destacados.

Poco después, en mayo del 2011, se inició en España el Movimiento 15M, que con sus réplicas en varios otros países de Europa (Francia, Italia, Bélgica, Grecia, Alemania, entre otros) pasó a ser conocido como el movimiento de los “indignados”. Aquí las protestas, también juveniles en su mayoría, tenían diversas agendas, pero en general apuntaban a problemas generados por la crisis económica europea y se tradujeron pronto en manifestaciones de hartazgo con los partidos y sistemas políticos.

Una de las convocatorias del movimiento europeo dio pié en los Estados Unidos a Occupy Wall Street, que se convirtió pronto en el Movimiento Occupy y se expandió por cientos de ciudades en éste y otros países. Mediante la ocupación pacífica de plazas, universidades y otros lugares públicos, los manifestantes expresaron en este caso su descontento con la enorme desigualdad en la distribución de la riqueza, oponiéndose específicamente al sector conformado por el uno por ciento más rico de la sociedad con el eslogan “We are the 99%”.

Finalmente, tomaré también como ejemplo el caso del movimiento estudiantil de Chile, que desde el año 2011 ha tenido un gran impacto en la política nacional de ese país, movilizando a estudiantes de universidades y colegios públicos y privados y logrando un gran apoyo en otros sectores de la sociedad, para exigir al Estado una educación superior gratuita y de calidad [1].

Destinos divergentes en los resultados de las movilizaciones juveniles

Propongo que nos enfoquemos en las diferencias y similitudes entre, por un lado, los casos de España y Chile, que desde mi perspectiva aparecen como relativamente exitosos, y por otra parte los de Estados Unidos y Egipto, que veo como experiencias fallidas en sus resultados si los evaluamos en función de los cambios concretos que han podido generar. Haciendo un grueso balance de los logros alcanzados por los cuatro procesos políticos reseñados, tenemos en primer lugar que en España el movimiento de indignación constituyó la base para el surgimiento de Podemos, un partido político de orientación izquierdista fundado a inicios del 2014, cuando se divulga el manifiesto “Mover ficha: convertir la indignación en cambio político”. En mayo de ese mismo año, Podemos participó en las elecciones europeas y colocó a cinco representantes en el Parlamento Europeo. Actualmente, diversos sondeos lo ubican entre las principales fuerzas políticas en España de cara a las elecciones municipales y generales del 2015, superando incluso en algunas encuestas a los tradicionales partidos Popular (PP) y Socialista Obrero Español (PSOE) [2].

En Chile, el movimiento estudiantil marcó en varios sentidos la pauta de la agenda política nacional, trascendiendo el tema educativo. Fue uno de los factores del desprestigio del gobierno de Sebastián Piñera; luego, algunos de sus líderes alcanzaron escaños congresales en las elecciones parlamentarias del 2013, mientras que sus reivindicaciones fueron en parte recogidas entre las propuestas de Michelle Bachelet para ganar la presidencia del país en el mismo año. En los inicios de su gobierno, Bachelet anunció una reforma fiscal para financiar cambios en el sistema educativo.

En contraste, el movimiento Occupy en los Estados Unidos no pasó de ser un reclamo coyuntural. Pasado un momento en el que consiguió visibilizar por algunos meses el tema de la desigualdad en la sociedad estadounidense, el movimiento decayó sin conseguir cambios significativos en la economía, el sistema político o el curso de la política nacional.

El caso de la Primavera Árabe en Egipto merece una consideración especial. Aquí –como en Túnez, Yemén y Siria- las protestas condujeron a la caída del gobierno. Sin embargo, más allá del objetivo inmediato (alcanzado con la dimisión del presidente Hosni Mubarak en el 2011), el movimiento no cuajó en una propuesta política viable. De hecho, el escenario abierto por el derrumbe del régimen fue capitalizado por los Hermanos Musulmanes, que ascendieron al poder vía elecciones y comenzaron a implementar reformas de tinte confesional que recortaban varias de las libertades democráticas que habían animado a la revolución. Debido a las reacciones generadas ante estas reformas, el nuevo gobierno pro islamista entró muy pronto en una crisis que resultó en el derrocamiento del régimen por un golpe de Estado y en la instauración de un gobierno militar autoritario [3].

Una gran diferencia: el esquema organizativo

Quizás la similitud más notable en todos estos movimientos sea la del papel de las nuevas tecnologías de información y comunicación (teléfonos móviles, redes sociales virtuales, servicios de mensajería instantánea, etc.), que si bien contribuyeron al establecimiento de redes de contactos, a la diseminación de ideas y al alcance de las convocatorias, en mi opinión muchas veces tienden a ser sobrevaloradas. En todo caso, se trata de un elemento común que distingue a estas protestas de fenómenos análogos ocurridos en décadas anteriores.

Dentro de lo que permite una mirada panorámica, una primera diferencia que observo entre los movimientos mencionados es la diversidad en sus motivaciones y agendas (democratización, cambios en los sistemas políticos, desigualdad, educación, bienestar social, etc.). Otro punto de contraste es el de las variadas condiciones sociohistóricas nacionales y regionales en que aparecieron: en medio de la crisis en Europa, y en pleno crecimiento económico en Chile; o bajo dictaduras en el Norte de África, y en el seno de las sociedades modelo de la democracia occidental.

Desde mi punto de vista, para entender los distintos destinos de los cuatro procesos resulta clave apreciar las formas organizativas que prevalecieron en uno u otro caso. En todos los países mencionados, los movimientos juveniles albergaron en su seno disputas entre al menos dos grandes tendencias, en cada una de las cuales habían también distintos grados de moderación o radicalismo. Estaban, por un lado, quienes actuaban bajo esquemas políticos más o menos “tradicionales”, con idearios predefinidos y estructuras organizativas claramente identificables (estudiantiles, sindicales, partidarias o de otro tipo) alrededor de liderazgos emergentes (Camila Vallejo y otros jóvenes dirigentes en Chile, y Pablo Iglesias en España). Por otra parte, había también un amplio sector conformado por quienes desconfiaban de aquellos líderes y estructuras, o los rechazaban abiertamente, principalmente porque los asociaban con el tipo de poder y política que criticaban y buscaban superar (vertical, jerárquico y “corrupto”).

Esta última tendencia predominó por ejemplo en el Movimiento Occupy, donde los jóvenes privilegiaron acciones de gran impacto mediático y tuvieron éxito en convocar a manifestaciones masivas, posicionar mensajes y sentidos comunes contrahegemónicos, y también trataron de constituir formas nuevas y más horizontales de organización (con rotación de cargos para evitar “protagonismos personales”, mecanismos asamblearios de deliberación y toma de decisiones, énfasis en la “autonomía” de pequeños conglomerados, etc.); pero en general, más allá de expresar un cuestionamiento al “sistema”, no constituyeron un poder real capaz de oponerse y plantear una alternativa a las estructuras políticas y los ordenamientos vigentes, ni tampoco impulsaron cambios sociales significativos [4]. En Egipto, quienes actuaron de este modo solían ser jóvenes de clase media de tendencias liberales y laicas con un amplio acceso a aparatos electrónicos e internet; pero, ante el vacío de poder, estos protagonistas destacados de la revolución se vieron sobrepasados y luego electoralmente aplastados por los Hermanos Musulmanes, que se hicieron con el gobierno gracias a un trabajo de bases “clásico” en sectores populares. 

En Chile, en cambio, las tensiones que al interior del movimiento se dieron entre quienes sostenían esas dos distintas formas de ver y practicar la política se resolvieron finalmente a favor de las estructuras tradicionales. Los dirigentes de las federaciones estudiantiles, afiliados muchos de ellos a partidos de izquierda, asumieron la conducción del movimiento y conformaron una estructura de poder con amplio respaldo social, capaz de negociar cuestiones concretas con el Gobierno, que en varios episodios de aquella coyuntura fue puesto contra la pared por el empuje y la envergadura de las protestas. Desde entonces, el movimiento estudiantil se ha posicionado como un actor relevante en el escenario político chileno y sus demandas han tenido relevancia en la definición de los debates nacionales y las acciones gubernamentales. De manera similar, la posición alcanzada por Podemos en España y su gran potencial electoral dan cuenta de cómo al menos una parte de la indignación adquirió una forma institucional (aunque aún sea pronto para evaluar esta evolución).  

Conclusiones y perspectivas en el Perú

He mostrado aquí, mediante una breve revisión de algunas experiencias contemporáneas destacadas de movilización juvenil en varios países, que tanto la forma como el carácter de la estructura organizativa constituyen aspectos importantes para entender los cursos e impactos logrados en cada uno de esos procesos. En estas experiencias -como también en otras surgidas en la misma época-, la acción colectiva crítica de los jóvenes y sus reclamos a sus gobiernos se han orientado principalmente en dos sentidos. En uno de ellos, privilegiando la expresión y difusión (mediática) de cuestionamientos a los sistemas sociales y políticos, y rechazando los modos tradicionales de hacer política. En el otro, construyendo o fortaleciendo estructuras políticas en torno a liderazgos emergentes y agendas que cobraron fuerza por el respaldo social obtenido. Ambas tendencias coexistían en todos los movimientos juveniles analizados, prevaleciendo finalmente una u otra en cada caso. Así, mientras que en Chile y España los fenómenos de descontento social adquirieron formas de organización institucionalizadas y constituyeron un potencial de cambio social más o menos duradero, en los Estados Unidos la protesta cayó pronto en la instrascendencia, en tanto que en Egipto los resultados parecen ser más bien negativos y regresivos.

En las recientes protestas juveniles surgidas en el Perú es posible apreciar también aquellas dos grandes tendencias en las formas de acción política. Tenemos a colectivos y jóvenes dirigentes de organizaciones estudiantiles, sindicales y políticas (principalmente de izquierda) que han alcanzado cierta visibilidad e intentan aglutinar el respaldo social de otros jóvenes en torno a la construcción de agendas reivindicativas que apuntan a objetivos más amplios que la sola derogatoria de una ley laboral. No obstante, muchos otros jóvenes que participan en estas protestas desconfían de esos líderes y organizaciones y les niegan legitimidad, los acusan de “oportunistas” o de buscar protagonismo a costa del descontento social, buscan organizarse de formas alternativas (sobre todo en espacios de internet y de acuerdo a lugares de residencia), y se concentran más en el objetivo específico de derogar aquella ley (aunque algunos apuntan a metas más diversas).

Esta desconfianza hacia las organizaciones políticas no es gratuita. En la sociedad peruana se evidencia desde hace ya algunas décadas un extendido rechazo a los partidos políticos. Las organizaciones de izquierda, en particular, aunque son muy activas, han tenido dificultades para conectarse con la población y lograr que sus discursos sean aceptados, especialmente en los sectores populares. A mi juicio, buena parte de ese recelo se debe a que los partidos arrastran una serie de problemas que desalientan en mucha gente la voluntad de respaldarlos o de participar en ellos: actitudes autoritarias y sectarias, adopción dogmática de ideas, prácticas de exclusión mediante “argollas”, entre otros. Un problema adicional, que considero pertinente mencionar a propósito del tema abordado, es que al interior de los partidos muchas veces los miembros de las “juventudes” son objeto de miradas condescendientes y paternalistas, y son tratados por sus pares más antiguos como inexpertos y como una suerte de militantes de segunda categoría.

Entonces, en la nueva coyuntura, los jóvenes dirigentes políticos peruanos enfrentan un doble desafío. De un lado, necesitan elaborar estrategias innovadoras que les permitan conectarse con aquellos sectores más amplios de jóvenes y de la sociedad en general que rechazan las formas políticas “tradicionales”, para lo cual tendrían que reformular sus prácticas y discursos en el sentido de alejarse de los vicios más perniciosos de la política partidaria. Por otro lado, necesitan también emprender y liderar un ejercicio de renovación de las estructuras y los discursos al interior de sus propias organizaciones. Ambos desafíos se encuentran estrechamente relacionados, y en la medida en que se puedan superar, lo que ahora se presenta como una serie de protestas alrededor de un tema puntual podría evolucionar al nivel de un movimiento social capaz de cambiar las correlaciones de fuerzas políticas y propiciar transformaciones mayores en el escenario social del país. De no ser así, dudo que se pueda lograr algo más que el objetivo inmediato.


Referencias y notas

[1] Existen por supuesto varias otras experiencias destacadas de protesta juvenil en diversos países. Para América Latina, sugiero revisar el libro “Movimientos juveniles en América Latina y el Caribe: entre la tradición y la innovación”, Ernesto Rodríguez (editor). Lima: SENAJU; UNESCO; CELAJU, 2013. 

[2] "Podemos ya es la primera fuerza en intención de voto, según el CIS", 20minutos.es, 5/11/2014. Disponible en <http://www.publico.es/politica/ya-primera-fuerza-intencion-voto.html> (Acceso: 10/1/2015).

[3] Demrdash, Dina (2013). "Grandes historias 2013: el golpe de Estado que todavía divide a Egipto", BBC Mundo, 22/12/2013. Disponible en <http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2013/12/131216_grandes_historias_2013_golpe_egipto_yv> (Acceso: 10/1/2015). 

[4] Smucker, Jonathan M. (2014). “Can Prefigurative Politics Replace Political Strategy?” Berkeley Journal of Sociology, vol. 58. Disponible en <http://berkeleyjournal.org/2014/10/can-prefigurative-politics-replace-political-strategy/> (Acceso: 10/1/2015).


Escrito por

César R. Nureña

Un sujeto cualquiera. Antropólogo de la U. San Marcos.


Publicado en

Nada me basta

Otro sitio más de Lamula.pe