De entre las muchas explicaciones que han aparecido sobre la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, tomaré aquí una que ofrece Thomas Piketty y que me permitirá analizar algunos cambios suscitados en las formas de pensamiento y acción política durante las últimas décadas, en un contexto de globalización y avance del neoliberalismo tanto en los EEUU como en el Perú y otros países.  

Piketty sostiene que la victoria de Trump se puede leer como una reacción de gran parte de la población de los EEUU frente al incremento sostenido de la desigualdad en ese país, un proceso iniciado en la década de 1980 con la implementación de políticas neoliberales y el progresivo auge del capital financiero [1]. Desde esta perspectiva, la elección de Trump no se explicaría tanto por un respaldo masivo a sus posturas y actitudes (xenófobas, sexistas y hasta “neofacistas”), sino como una expresión política de rechazo a un sistema económico y político que ha favorecido crecientemente a un pequeño segmento de la sociedad identificado con el capital financiero, en desmedro de sectores más amplios que se sienten relegados y cada vez más distantes de los políticos encargados de mantener el orden neoliberal (representados por Clinton), un orden que ha significado para muchos, y a lo largo de décadas, la pérdida de empleos manufactureros, una competencia laboral desventajosa con trabajadores inmigrantes y el ser solo espectadores de cómo la riqueza se concentra en pocas manos, entre otras cosas.

Esta interpretación, que encuentro plausible –o al menos más próxima a la realidad que otras centradas solo en factores coyunturales o psicológicos–, me lleva a pensar en que, efectivamente, en los últimos años –y desde mucho antes de que Trump fuera candidato– la sociedad estadounidense venía dando muestras de un fuerte descontento con la desigualdad y con las políticas neoliberales. La mayor muestra de rechazo a esa situación y a esas políticas vino preponderantemente de los jóvenes, quienes en el año 2011 protagonizaron el movimiento social conocido como Occupy Wall Street. Este movimiento fue bastante explícito en sus reclamos. Al iniciarse en Wall Street le comunicaba al capital financiero que lo tenía identificado como el principal responsable de la creciente situación de desigualdad en el país, lo que tomó cuerpo en el eslogan “We are the 99%” (enfrentados al restante 1% de la población más adinerada de los EEUU, poseedora del 40% de la riqueza). Esta protesta representaba en tal grado un sentimiento colectivo más amplio que rápidamente comenzaron a aparecer campamentos del “Occupy Movement” en unas seiscientas comunidades estadounidenses (además de réplicas en más de ochenta países).  

La difusión y magnitud de esas protestas nos da una idea de cuán arraigada estaba ya en ese momento la insatisfacción con la desigualdad y con el orden político defendido por Wall Street. Empero, a pesar de su envergadura y de su capacidad para expresar dicho descontento social, el movimiento no tuvo impacto alguno en las estructuras políticas y económicas. Quizás su mayor “logro” fue tan solo el haber posicionado el tema de la desigualdad en las agendas mediáticas y en las discusiones políticas nacionales, algo que sin embargo se disipó muy pronto luego de los dos meses que duraron los campamentos.

¿A qué se debió esa ineficacia del movimiento? ¿Por qué no consiguió generar un cambio, aunque sea mínimo, en las relaciones de poder? Considero que para dar respuesta a estas preguntas debemos prestar atención a ciertas características de una cultura política particular en el seno del movimiento. En primer lugar, aun cuando los participantes en las protestas eran muy diversos en sus formas de ver la política, predominó entre ellos un fuerte sentimiento de igualdad horizontalista y de rechazo a las jerarquías. Esto último sobre todo impidió en la práctica la formación de liderazgos y núcleos dirigentes dotados de poder y capaces de articular objetivos y estrategias políticas para la consecución de transformaciones efectivas [2]. Es así que, por esa ausencia de liderazgos reconocidos, y más aún tratándose de un movimiento que actuaba por fuera de las instituciones políticas tradicionales, los protestantes carecieron de capacidad de acción y negociación frente a las sólidas estructuras de los sistemas político y financiero estadounidenses.

En segundo lugar, el movimiento se caracterizó también por la preeminencia de un sentido de la acción directa e inmediata, de hacer las cosas por uno mismo “aquí y ahora”, algo que, de un modo u otro, socavaba una perspectiva de trabajo político sostenido y de más largo alcance, que fuera más allá del momento mismo de la protesta (peor aún sin liderazgos organizadores). De ahí la imposibilidad de que aquello representara una corriente duradera de opinión política antineoliberal, de raigambre democrática y con impacto electoral cinco años después (una opinión que pudo haber capitalizado Bernard Sanders). Otro detalle singular del Occupy Movement fue –en tercer lugar– el que la visión progresista de estos jóvenes se conjugaba con un gran alejamiento de cualquier ideología o alineamiento político tradicional. Según una medición, hasta un 70% de los participantes se consideraba “independiente”, mientras que solo una minoría decía ser “demócrata” o de otras tendencias [3].

Debo mencionar aquí un elemento paradójico en esta situación. El Occupy Movement era antineoliberal en sus contenidos, pero curiosamente las tendencias de igualitarismo horizontalista, inclinación hacia la inmediatez y desarraigo ideológico bien pueden ser entendidas como efectos culturales del neoliberalismo, en el sentido de que reflejan valores directa o indirectamente incentivados a través de la masiva difusión de mensajes mediáticos y de consumo a nivel global con el ascenso neoliberal.

Podemos apreciar mejor esa relación entre neoliberalismo, globalización y cultura política observando lo que ocurre entre los jóvenes peruanos. En el Perú de la última década han surgido diversos movimientos juveniles de carácter efímero, en los que se ha evidenciado también una notable presencia de un pensamiento horizontalista, inmediatista y reticente a las ideologías (marchas contra “La Repartija”, la “Ley Pulpín”, entre muchas otras). Esto, sin ser generalizado, define una cultura política singular y marcadamente distinta de la que era más común a fines del siglo XX. Es interesante advertir que ese pensamiento no proviene precisamente de una evolución local de la filosofía política peruana (o de cualquier cosa que se le pueda parecer), sino que se desarrolla en el país por el influjo de los medios masivos globales, las nuevas tecnologías de comunicación y los mensajes de consumo. Este mundo mediático trae “verdades de todas partes”, disponibles de manera inmediata, que tienden a diluir la eficacia de las premisas ideológicas, y constituye para las nuevas generaciones -aunque no solo para ellas- una suerte de realidad alterna y horizontal en la que en alto grado pierden sentido las reglas y jerarquías de la vida cotidiana y del mundo “real”, que en el Perú se enmarcan además en una situación de crónica desigualdad social [4, 5].

Uno de los mejores ejemplos de cómo se integra el pensamiento de horizontalidad e inmediatez en la cultura política es lo ocurrido con las masivas protestas juveniles contra la llamada “Ley Pulpín” (diciembre de 2014 y enero de 2015). En ellas se definió, desde muy temprano, una división entre unos jóvenes dirigentes vinculados con gremios y partidos de izquierda, por un lado, y de otra parte una gran masa de jóvenes que rechazaban los “direccionamientos”, las “jerarquías”, los liderazgos y las “ideologías” de aquellos otros, y que muy explícitamente expresaban llamados a la “horizontalidad” en las relaciones políticas, además de propuestas de “acción” directa e inmediata. A diferencia de los EEUU, donde el Occupy Movement se enfrentó solo retóricamente a un sistema económico y político firmemente constituido, los jóvenes peruanos lograron el objetivo puntual de echar abajo la ley laboral materia de disputa, lo que a mi juicio se vio favorecido por la muy frágil y precaria situación del gobierno en ese momento (y en general del sistema político, no solo en esa coyuntura). Una vez alcanzada esa meta, muchos de esos jóvenes emprendieron movilizaciones contra las televisoras y los medios de prensa, algo indicativo de la relevancia que le conferían al mundo mediático. No obstante, aquella vorágine participativa se disolvió muy pronto, sobreviviendo luego solo algunos pequeños núcleos conformados sobre todo por unos pocos activistas cercanos a grupos de izquierda o que muestran una cultura política algo distinta.

Estas tendencias de cambio en las actitudes políticas se vienen reflejando también en otros ámbitos y momentos de la vida política peruana. Por ejemplo, se puede plantear incluso que la inclinación horizontalista, inmediatista, desideologizada y de gran valoración del mundo mediático estuvo detrás del sorprendente ascenso político de Julio Guzmán en las últimas elecciones presidenciales (abortado por la exclusión de su candidatura). De todas las opciones disponibles en ese entonces, la suya es la que encuentro más compatible con esta nueva cultura política que he descrito: proyección de una imagen de trato horizontal con la gente, desmarcaje con respecto a las ideologías, promesas de resolución rápida y expeditiva de problemas (proponiéndose como un tecnócrata eficiente), posicionamiento exitoso en las redes virtuales de comunicación, y gran acogida de su mensaje especialmente entre los jóvenes.

El surgimiento de esta nueva cultura política es un fenómeno que ha recibido una escasa atención desde las ciencias sociales peruanas. No hace mucho ofrecí un breve análisis de esta cultura, basado en una aproximación empírica a estudiantes universitarios (encontrando por ejemplo una correlación entre la preferencia por los medios/internet para el procesamiento de demandas políticas y tener mayores ingresos económicos declarados) [6]. Un problema teórico y práctico pendiente de investigar sería el de la constitución de liderazgos duraderos y organización en colectivos de tendencia horizontalista. Por lo que sugieren los estudios realizados en otros países, parecería que los sujetos que expresan esta cultura tienden a realizar sus ideales políticos en las propias acciones y espacios de participación, de manera inmediata, antes que en una construcción organizativa y de estrategias políticas dirigida a la obtención de metas y recompensas futuras [2]. Por otro lado, el panorama mostrado puede llevar a poner en cuestión la idea de que el neoliberalismo genera en las personas un tipo de “individualismo” incompatible con la participación. Mis observaciones me llevan a pensar que no habría tal incompatibilidad, aunque sí una reducción de la eficacia de la participación. En fin, sea como fuere, estamos ante un fenómeno que parece estar ya bien establecido en la sociedad peruana (aunque no sabemos en qué magnitud), lo que debería llevar a pensar en lo que esto significa para el devenir político del país.


 

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[1] Piketty, Thomas (2016). The rise of Sanders. Le Monde - Le Blog de Thomas Piketty, Feb. 15th.

[2] Smucker, Jonathan M. (2014). Can Prefigurative Politics Replace Political Strategy? Berkeley Journal of Sociology, vol. 58 (Nov. 7th, online).  

[3] Captain, Sean (2011). The demographics Of Occupy Wall Street. Fast Company (October 19th, online).  

[4] Nureña, César R. (2014). Entre la inmediatez del consumo y la ausencia de utopías. Ideas para entender a los jóvenes peruanos del siglo XXI [Entrevista a J. Golte y D. León]. Revista Andina de Estudios Políticos, vol. IV, no. 1, pp. 50-60. 

[5] Golte Jürgen & Doris León (2011). Polifacéticos: jóvenes limeños del siglo XXI. Lima: Instituto de Estudios Peruanos/Atoq Editores.

[6] Nureña, César R. (2015). Juventud y cultura política en el Perú: el caso de los estudiantes de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima. Tesis (Mg. Sociología). México, D. F.: Universidad Iberoamericana-Ciudad de México. (Modelo 4: Participación exclusiva en agendas temáticas, fragmentadas o efímeras, pp. 235-242.).

Imagen: Blogs CNN, October 10th, 2011. Protestas anti-Wall Street en Los Angeles.