En El Príncipe moderno [1], Antonio Gramsci nos aproxima al concepto de hegemonía con su propuesta de un esquema de análisis de las coyunturas históricas y políticas, que debería servir para examinar las “relaciones de fuerzas” presentes en la sociedad en función de cuán favorables o desventajosas resultan con miras a la acción política revolucionaria (pp. 54-59). Según Gramsci, en una sociedad dada, luego de un primer nivel de análisis estructural, “objetivo”, de identificación de las fuerzas materiales de producción y de los grupos sociales, corresponde pasar a una segunda etapa en la que se deben examinar las relaciones de fuerzas políticas presentes en esos grupos, principalmente su homogeneidad, autoconciencia y formas de organización. El análisis de los diferentes grados y momentos de la conciencia política colectiva permitirá conocer si la solidaridad de intereses comunes en los grupos remite a lo puramente económico-corporativo, o si en uno o más de esos grupos existe la conciencia de que los propios intereses deben ser también los de los demás grupos y/o los de la sociedad en su conjunto. De ser así, estaríamos ante la fase eminentemente política del proceso, en que se daría el “neto pasaje de la estructura a la esfera de las superestructuras complejas”:  

"Es la fase en la cual las ideologías ya existentes se transforman en “partido”, se confrontan y entran en lucha hasta que una sola de ellas, o al menos una sola combinación de ellas, tiende a prevalecer, a imponerse, a difundirse por toda el área social, determinando además de la unidad de los fines económicos y políticos, la unidad intelectual y moral, planteando todas las cuestiones en torno a las cuales hierve la lucha no sobre un plano corporativo sino sobre un plano “universal”, y creando así la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados" (pp. 57-58).

Gramsci sostenía que el “Príncipe moderno”, es decir, el partido político revolucionario, debía aspirar a la construcción de dicha hegemonía. Considerando que una de las tareas más difíciles de la labor revolucionaria era demostrar a los oprimidos que eran víctimas de una represión por parte de la clase dominante, intentó responder a esta problemática formulando el concepto de hegemonía cultural, para dar a entender que la dominación, más que en el terreno solo económico, opera sobre todo en el orden cultural bajo la forma de la imposición de un consenso. Para Gramsci, la hegemonía es el liderazgo cultural que la clase dirigente (hegemónica) ejerce sobre el resto de la sociedad. Es por eso que postula como una tarea fundamental de los partidos progresistas de izquierda la construcción de hegemonía a través de la crítica y la lucha ideológica, esto es, el imponer una nueva interpretación del mundo, una nueva cultura y un nuevo consenso popular capaces de quebrar o desarticular aquel dominio, incluso antes de la conquista del poder. Concebido de esta forma, el trabajo ideológico aparece no solo como una labor emprendida contra los grupos en el poder, sino también como un proyecto de transformación subjetiva y reforma intelectual y moral en el seno de las masas populares, con la mira puesta en la formación de nuevos sujetos políticos que serían los llamados a encarnar la voluntad colectiva nacional y popular liderada por la clase obrera.

Al respecto, Luciano Gruppi [2] advierte que Gramsci, al destacar la conciencia y los factores ideales y culturales, así como la intervención crítica del sujeto revolucionario, se opone radicalmente a las deformaciones y vulgarizaciones del marxismo que ven la transformación política como un proceso derivado mecánicamente de la economía. Agrega Gruppi que en tales interpretaciones –como la que reivindicaba la II Internacional– se tiende a creer ingenuamente que la crisis y el hundimiento del capitalismo son inevitables, y que el proletariado está fatalmente destinado a vencer. Según este autor, desde esta postura “se pierde de vista el momento de la lucha política, de la acción cultural, de la influencia de las ideas, que ya para Engels era el tercer frente de lucha, junto con el económico y el político”. Es esto justamente lo que rescata Gramsci con el concepto de hegemonía.


REFERENCIAS

[1] Cuaderno XXX (1949). En Gramsci, Antonio (1980). Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno (pp. 9-112). Madrid, Nueva Visión.

[2] Gruppi, Luciano (1978). “El concepto de hegemonía en Antonio Gramsci”. En: J. Subirats et al. (pról. y selecc.), Revolución y democracia en Gramsci (pp. 41-58). Madrid: Fontamara.


Imagen tomada de: https://kmarx.files.wordpress.com/2017/07/mural-gramscipro.jpg